Parece una exageración pero algunas relaciones de trabajo son así, bueno para ser justos algunas relaciones sentimentales también. Entramos a una nueva empresa, o a una nueva relación, con muchas expectativas en la entrevista damos lo mejor que tenemos, en la nueva relación nos esforzamos por presentar nuestro mejor rostro, creemos en el potencial de crecimiento que podemos tener en esta nueva etapa, en el nuevo trabajo los primeros días llegamos diez minutos antes de la hora oficial, en la nueva relación somos detallistas grado cursi, estamos tan felices que damos más de lo que nos piden. 

 

El primer día el nuevo jefe, o pareja, nos mira poniendo en su cara la mirada del coyote al acecho del correcaminos, ojos entreabiertos, cabeza inclinada ligeramente hacia abajo y en su boca una sonrisa de media boca, nos invita a ocupar nuestra nueva posición y luego de darnos una palmadita en el hombro nos da una guía de lo que debemos y no debemos hacer, este proceso se repite día tras día, al principio lo vemos como un ejercicio de aprendizaje por repetición, luego se convierte en un interminable disco rayado, bueno así es su forma de ser, nos decimos.

 

A las pocas semanas empezamos a sentir que no somos ya la misma persona, los hombros se han vuelto pesados, solo obedecen a comandos de voz  que nos recuerda cuan buenos son ellos y cuan malos somos nosotros, cada vez que el individuo entra en el lugar donde estamos empezamos a sentirnos abrumados, un sudor gélido  recorre la frente buscando respuestas, perdón, excusas para el próximo bombardeo de preguntas sin fondo visible para la víctima excepto para el jefe, o la pareja. 

 

En una siguiente fase empiezan cambios a nivel físico, cara demacrada, arrugas espontáneas en la frente, ojos hundidos escondiéndose del rostro, la mano izquierda siempre en búsqueda de la mano derecha para consolarse; Alzheimer selectivo,  se empieza a olvidar de la vida propia, y todo esto además sazonado con la sordera temporal a causa de los gritos que nos vuelven a repetir que todo funcionaría mejor si yo fuera diferente.

 

La señal de que el fin está próximo es cuando empieza usted a buscar en el rostro de su verdugo esa ligera sonrisa de coyote y como no la encuentra empieza un juego que se llama: hago todo por una ligera sonrisa de mi jefe, o pareja, y ahí es cuando todo está perdido, créame amable lector hará todo absolutamente todo para que eso pase, olvídese del amor propio porque de propio ya no tiene nada, el pudor solo quedará como testigo de la masacre que está sucediendo.

 

Así que la próxima vez que le presenten a su jefe o pareja y detecte esa ligera sonrisa tras el rostro de coyote yo le puedo recomendar que corra lo más rápido que pueda y no regrese ni siquiera a mirar.

 

Oswaldo Toscano

@otoscano_ec

 

Tomado de: https://www.portafolio.co/opinion/blogs/management-al-desnudo/tiene-un-jefe-toxico